ANEXO I: Algunas consideraciones referentes a la cuantificación de
efectivos en las guerras arabo-bizantinas del siglo VII
Desde luego resulta muy difícil determinar cifras en la
valoración del tamaño de los ejércitos del siglo VII, árabes y bizantinos, en
el caso que nos ocupa. Cierto es que ésta es siempre una tarea muy delicada.
Incluso a día de hoy tampoco es fácil; basta ver la divergencia en los
“informes oficiales” que se han puesto a la luz en un conflicto relativamente
reciente como es el de Vietnam (finalizado el 30 de Abril de 1975), por no
hablar de los presentes “partes de guerra” en el sufriente Irak de hoy mismo o
las discrepancias en cuanto a los asistentes a las manifestaciones de orden
político-social según el “sentir” de los diversos grupos mediáticos, para tener
clara conciencia de ello. Desde luego ceñirse a las fuentes para esbozar
cuestiones de número es ocioso placebo, un callejón sin salida o más bien un
palmario modo de confundirse y caer en el absurdo. El camino más seguro (tal
vez la única vía) a nuestro humilde entender, es considerar in situ las
cuestiones y plantearse respuestas tras el análisis geo-táctico de las batallas
cuyo escenario es conocido. En este planteamiento nos atrevemos a ofrecer los
siguientes párrafos, referidos a dos entornos precisos y trascendentales en la
larga y dura guerra árabo-bizantina del siglo VII: Constantinopla y Cartago. Los
ejércitos enfrentados en Constantinopla. Aunque ya tiempo antes la presión
sobre los estrechos se había hecho muy angustiosa, Constantinopla se mantuvo
asediada de firme entre la primavera del 674 y finales del 677. A juzgar por
relatos y el sentido lógico del combate, los árabes intentaron en una primera
etapa el bloqueo total de la urbe, conseguido por tierra con facilidad pero que
no resultó completo durante el tiempo suficiente en el mar, debido a la
efectividad de los nuevos dromones ligeros con fuego griego que hábilmente
manejaron los bizantinos. Sabemos que los árabes construyeron una empalizada continua
y con base en el Hebdomón lanzaron sucesivas intentonas en los veranos,
mientras durante el invierno se esmeraban en impedir todo acceso de viandas o
pertrechos. Si alguien visita la Estambul actual y recorre los casi 7 Km. del
muro de Teodosio y el perímetro de las murallas marítimas, el Kadikoy
(Hebdomón) y Uskudar (Calcedonia), en el lado opuesto del Bósforo, se dará
perfecta cuenta que ese entorno amplísimo, hoy, ayer y siempre, no se ciñe y
controla con menos de 70.000-80.000 hombres y eso siendo muy optimista y
manteniendo brechas del orden del 75% “a controlar por caballería o partidas
móviles. Este cuerpo de ejército tuvo que hacer frente (como todos en cualquier
época de la humana actividad guerrera), a una continua reposición con
“refrescos” que debían ser, como poco, una cantidad muy próxima al 50% de la
inicial (hablamos de un total de 100.000-120.000 combatientes árabes
participando en la campaña, de modo sucesivo a los largo de 5 años, para
mantener un “activo” en torno a esas 8 decenas de millar). Insistimos, se
juzgan cifras “mínimas”. Para cubrir las defensas del lado terrestre en ningún
caso menos de 5.000 a 7.000 combatientes son necesarios (y aquí no caben
espacios “vacíos”). Los contrincantes, para poder “incidir” y hacer ofensiva puntual
en lugar tan fuerte necesitarían del orden de cuatro veces más (hablamos de
unos 20.000-30.000 efectivos “terrestres” sólo desde el frente “tracio”). Si
consideramos casi 4-5 años de guerra y el goteo de bajas, (en verano
iniciativas álgidas pero en invierno también frecuentes acechanzas), no es
descabellado pensar en un 30% antes de tirar la toalla y sopesar una retirada
sarracena, (hablamos de unos 7.000-10.000, a los que debemos sumar los marinos
y aquellos del “frente del estrecho”, como poco algunos otros millares, ¿25.000
en subtotal?). Aún habría que añadir las pérdidas en la retirada que se señalan
tanto o más numerosas (los manuales de táctica suelen presentar “medias” que a
lo largo de la Historia militar se tienen por “referencias”: así otro 25% de
caídos se consideraría una derrota seria, si alcanza el 50% del restante
llegaría a ser “descalabro” y una superior implicaría que no hubo “retirada”
sino desbandada; aunque ese no parece ser el caso en Constantinopla). Hablamos
pues de entre 40.000 (mínimo), y 100.000 (máximo), con una media plausible de
60.000 - 80.000 muertos/heridos islámicos en el primer gran asedio de
Constantinopla113. Asumiendo todo ésto, no queda otro remedio que aceptar un
montante de otro tanto para los efectivos disponibles en totalidad por parte
del califato (por cada combatiente al menos dos de apoyo), de modo que hablamos
en torno a los 150.000 -200.000 hombres (minimum), para las fuerzas árabes del
periodo. Una pérdida de 60.000 - 80.000 en ese lustro, explica las dificultades
para sofocar las rebeliones en Palestina y la falta de disposición en el frente
de África. Tardarían algunos años en recuperarse y se inicia cierto punto de
inflexión (todavía serán la fracción militar más importante durante otros 30 o
40 años) pero ya en línea meseta-descendente. La destrucción de Cartago y
sus “cifras” A principios del siglo V, la ciudad de Cartago cubría unas 321
hectáreas; densamente pobladas según atestigua un área cementerial que forma
una franja sin (A lo que
habría que considerar la “calidad” de esas fuerzas. A día de hoy, casi no hay
rincón o torre de Estambul que no recuerde a un “hazreti” o “mártir” árabe
caído en el combate y los turcos han elevado una mezquita en honor de cada uno,
con su correspondiente catafalco en torno al que los fieles musulmanes dan en
orar (por supuesto los cuerpos de los “héroes” venerables “se encontraron” (en
paralelo a la conocida “invención” cristiana de reliquias) sin que cupiera
albergar sombra de duda cuando 700 años después de los hechos la ciudad cayó en
manos otomanas). El famoso Abu Eyub servirá para el gran templo donde acuden
los turistas al socaire de las romanzas decimonónicas de Pierre Loti, sin
atisbar siquiera su significado real, en la mayor parte de los casos. Para
mayor abundamiento en la importancia del contingente árabe frente a
Constantinopla se pueden recordar las ingentes cantidades de “cipos” o estelas
funerarias que en el área del Hebdomón (base o cuartel principal de los
generales de Moawiya en esos años), se hallan a menudo en cuantas ocasiones hay
para revisar el espacio arqueológico; muchas se almacenan y exponen ahora en el
museo local.)solución de continuidad a todo lo largo del perímetro con
una anchura media de 1 km., mucho mayor aún en el lado sudoeste. En el siglo IV
todavía no tenía muralla; fue en el 425 con Teodosio II (igual que en el caso
de Constantinopla), cuando se dotó de una notable defensa cuyas características
se conocen bastante bien después de los estudios suscitados por la Campaña
Internacional de la UNESCO para la salvaguarda de Cartago en la década de
1980-90. La muralla, excavada en su mayor parte, tenía una longitud de casi 8
km. y estaba bien mantenida en el periodo de la invasión árabe. Sobre la capa
de cenizas (típica de incendio-saqueo), se destacan abundantes señales de
lucha, en casi todos los entornos (escombros, esqueletos e indumentaria
militar, desde espadas a broches, correspondientes a la época). Implica ello un
“frente” que no podría ocupar menos de 8.000 hombres a la defensa y 4 veces más
al ataque, unos 30.000 sarracenos (máxime cuando todo lo material apunta a un
asalto simultáneo y masivo, con un no despreciable “tren de poliorcética”). Es
indudable que las tropas atacantes no serían una “totalidad”; en Kairouan
restarían efectivos amén de otros contingentes que deberían haber hecho frente
a las guarniciones de plazas fuertes para “fijarlas” o impedir la convergencia
(incluidos los “auxiliares beréberes del Aurés). Sumamos (sigue siendo “un
minimun”) unos 40.000 - 80.000 efectivos sarracenos en la campaña de Hassan.
ANEXO II: Santa Salsa; reliquias, iglesia y la ciudad de Tipasa. Crónica de
un destino perdido al borde del Mediterráneo
Las ruinas de la ciudad de Tipasa se hallan no muy lejos
de Cherchel (la antigua Cesarea), en Argelia; pero sobre el camino de la Tingitana.
Un lugar evocador sin medida, que Albert Camus ha sabido cantar, a la vera de
un Mediterráneo de inmenso color, con la cresta del macizo incidiendo sobre sus
aguas casi siempre calmas, envuelta en el olor de las mil flores, protegida por
guardianes de raíces firmes, acebuches y pinos. Con una historia que está por
contar y un destino que se desvaneció en el tiempo, y en el silencio. Según nos
relata con detalle la Vita Sancta Salsa, habitaba en esa urbe portuaria, hacia
el periodo de Constantino el Grande, una adolescente llamada Salsa; de padres ( La arqueología también ha puesto
en evidencia la demolición intencionada de grandes sectores, amén de las
instalaciones portuarias lo que implica la decisión ya por entonces de
construir Túnez, prueba indirecta de la poca confianza que los musulmanes
albergaban sobre la docilidad de los habitantes civiles en la antigua capital,
tal y como señalaban las fuentes. Sin duda, representa la voluntad del general
árabe una vez tomada la ciudad por segunda vez; una dura faena que no pueden
llevar a cabo unos pocos albañiles, desde luego. Es posible que se emplearan
prisioneros y/o esclavos pero vigilar esa masa y controlar el entorno del Cabo
Bon implicaba utilizar 5.000 guerreros
que no tendrían ocasión de participar durante meses en ninguna otra actividad,
que sin embargo sabemos que tampoco fueron pocas ni menores (asedio a
Iustiniana Capsa y toma al asalto de las ciudades en las que restan también
señales de lucha y destrucción, sin posterior vuelta a utilizar de los
hábitat). paganos pero que ya muy precoz profesaba la religión
cristiana y estaba empeñada en servir al Altísimo y morir virgen. Parece que
tuvo ocasión de que su deseo se cumpliera de forma cabal. Dice que cuando llegaron
las báquicas, festejos en honor del dios Baco (típicas del inicio otoñal,
cuando la recolección de la uva), fue obligada a presenciar las libaciones,
cantos y ofrendas en el viejo templo donde se guardaba un horripilante ídolo...
jornadas que terminaban en voluptuosa vorágine, impía de ebriedad y hasta
desenfreno sensual. Asegura que, sin poder reprimirse, a la noche cuando todos
dormían, Salsa volvió al lugar y con un mazo, asistida de fuerzas no humanas,
arrancó la cabeza de la estatua de bronce para después arrojarla al fondo de
una sima. Cuando se descubrió, los estupefactos paganos no daban crédito,
incapaces además de saber quien había sido. Fue restituida, pero a poco la
joven lo intentó de nuevo. Esta vez los guardias estaban al quite y prendieron
a la sacrílega. Condenada, se la golpeó con piedras hasta la muerte y metida
dentro de un saco se arrojó su cuerpo al mar; afán inútil de castigar a quien
estaba por encima del hierro. Al cabo de pocos días, un barco mercante cuyo
capitán se llamaba Saturnino, arribaba a la bocana del puerto cuando topó con
el cadáver, al que no hizo el menor caso. Justo entonces se desencadenó un
terrible temporal que impedía entrar al navío a refugio. Una y otra vez los
marinos se veían rechazados hasta llegar al nivel donde flotaba la
incomprendida Salsa. Saturnino captó el mensaje, izó a bordo el incorrupto
cuerpo del que emanaba un olor sublime y pudo entrar sano y salvo en la ciudad.
La santa recibió sepultura en un pequeño “martirium” extramuros. El
relato hagiográfico que resumimos, tan hermoso como la mayoría y más verosímil
que la media, era conocido en los círculos piadosos y académicos muy
especializados, que lo fechaban en el siglo IV. Durante más de un milenio y
algunas centurias, apenas nada más se sabía sobre el fundamento y devenir de
todo aquello. Por fortuna y para disfrute de los amantes de las historias muy
vetustas y poco fomentadas, como aquella de Bizancio en África; a principios
del siglo XX, el profesor M. Gsell pudo interrogar a las piedras de Tipasa. y
ellas respondieron con loable precisión. La ciudad romano-bizantina se extendía
sobre un conjunto de pequeñas colinas y en la más hacia el Este se encontró el
cementerio pagano. A la búsqueda del periodo alto-imperial, siempre el
preferido, se analizó a conciencia dicho estrato dejando para ulteriores
campañas las demás etapas. Sin embargo, entre muchas, una lápida llamó la
atención; el epitafio latino decía: “Consagrado a los dioses Manes. A Fabia
Celsa, madre muy santa, muy única, incomparable, muerta a la edad de 63 años, 2
meses, 27 días y 9 horas, como recuerdo de sus deudos, sus hijos, sus hijas,
sus nietos, han elevado este monumento a aquella que les honra y quien
consolidó su fortuna”. Son palabras paganas, la tradicional religión de
Roma, pero resulta que sobre ella se elevaba un martirium paleo-cristiano justo
para albergar tal enterramiento en su seno; obra tan “inserta” en la anterior
que no hubo modo de dejar para más tarde su análisis. Con delicadeza, se pudo
distinguir que tiempo después la inscripción se había disimulado con una fina
capa de cementum. ¿La tumba original de Salsa, enterrada en el mismo hueco que
su madre, al modo pagano, y años después honrada por los cristianos? La
arqueología siguió respondiendo. Al excavar en los alrededores se pudo ver que
el arcano monumento martirial, hacia el siglo V, se había visto englobado
dentro de una enorme basílica con un brillante suelo de mosaico provisto de la
hermosura acostumbrada. Entre la previa tumba y el ábside, en una prominente y
rica losa rectangular apareció esta otra inscripción: “Estos presentes que
tu ves y que realzan la brillantes de los santos altares son la obra y la
ofrenda de Potentius, satisfecho de poder cumplimentar con lo mejor la tarea
que le ha sido confiada. Aquí está la mártir Salsa, más dulce que el néctar;
ella ha merecido vivir para siempre en el cielo, en medio de los
bienaventurados; ella se regocija de acordar al santo Potentius favores
recíprocos y dará testimonio de sus méritos en el reino celeste”. Potentius
resultaba ser el obispo de la ciudad de Tipasa, conocido por otras vías y
coetáneo del Papa San León. Evidentemente había tenido a bien adornarlo todo
con esmero. El intervalo vándalo se pasaría con dificultades, tal vez, pero a
la vuelta de Bizancio-Nueva Roma supimos que resurgió la iglesia. En el estrato
correspondiente, los investigadores ponen a la luz los basamentos de un nuevo
diseño que dobla la longitud del templo previo, ampliando 20 metros hacia
delante el muro de la fachada, elevando tribunas y, lo más llamativo, ubicando
en medio del coro un sólido pedestal que habría estado recubierto de vistoso
mármol, enmarcado por una verja o cancela. Tal obra soportaba un gran sarcófago
con escenas pías... el que yacía volcado sobre una de sus caras. No hay duda de
que allí se alojó entonces la carne mortal pero intacta de la santa. ¿Y
después? Una penúltima capa mostraba las trazas siniestras de un incendio; es
el final del siglo VII y sabemos que Hassan o Musa cabalgaban en aquel entorno.
Pero no fue el final. Si la basílica quedó destruida y desierta tras el
expolio, no lejos de allí se encontraron los vestigios de otra capilla; ésta
humilde hasta el extremo, conformada por materiales varios reutilizados a
expensas de la anterior y de otros edificios próximos también abandonados. Una
pequeña comunidad rumi continuó perseverante, enterrándose en las proximidades
de su patrona durante dos siglos más: los últimos grabados cristianos latinos
se fechan a inicios del siglo X. De las reliquias de Santa Salsa nada más se
encontró. Tipasa duerme, un sueño de piedra y guarda aún, seguro, muchos
misterios...
ANEXO III: CEUTA, EL ESTRECHO Y TINGITANA
Consideraciones históricas en torno a Ceuta y el estrecho
de Gibraltar (a propósito de Geografía, civilización, cultura, religión y
estados en el área: mutabilidades y permanencia) Un océano rodea
en círculo la tierra o en su totalidad o la mayor parte (pues a este respecto
no tenemos todavía un conocimiento exacto) pero está dividida en dos
continentes por una especie de canal que, penetrando por la parte occidental,
forma este mar nuestro, que comienza en Gadira (Cádiz) y se extiende hasta el
lago Meotis (Mar de Azov). De estos dos continentes, el que queda a la derecha,
según se penetra en nuestro mar y que llega hasta el lago Meotis, comenzando en
Gadira y la más meridional de las Columnas de Heracles (Monte Abila), recibe el
nombre de Asia115. A la fortaleza que allí se alza, los nativos la llaman
Septo, por las siete colinas que pueden verse en ese lugar, ya que Septem
significa “siete” en lengua latina. Todo el continente que queda frente a éste
recibió el nombre de Europa. Y el estrecho que se encuentra en ese punto separa
los dos continentes en más de ochenta y cuatro estadios. Los
mosaicos de Cartago, en el África Proconsular o los de Volúbilis en la
Tingitana, por poner sólo dos de los numerosos ejemplos visibles en museos, nos
permiten desvelar una sociedad rica, dinámica; donde al arte, el urbanismo y la
cultura eran la norma. Cuando visitamos las ruinas de Volubilis, en el actual
reino de Marruecos, nos preguntamos: ¿quienes eran aquellos seres (millares de
personas) que 115 En aquella época, los
cronistas y geógrafos tenían divergencia en cuanto a qué considerar, ¿Asia o
África?, el área al sur del Mediterráneo, el “mar latino” o “mar nuestro” de
los romanos. Para los hombres de los siglos I al VIII, África no era un
continente, era una provincia y el Mediterráneo, ambas riberas, su hogar y
civilización, la greco-romana; limitada al Norte por los impenetrables bosques
de Germania, al Sur por el inhumano desierto, al Oeste por el tenebroso
Atlántico y al Este por la vieja Persia, el único rival digno de ser
considerado otra civilización, vivían entre aquellas piedras, con
acueductos, regadíos, cisternas, cloacas, servicios públicos, circos,
hipódromos, termas y bibliotecas? El territorio que hoy denominamos Magreb (a
partir de la denominación que aplicarían los conquistadores árabes de “Djezirat
el Maghreb”, la isla de poniente), en su franja costera (desde el mar hasta el
desierto sahariano) y que ahora ocupan fundamentalmente los estados modernos de
Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, fue, en el periodo que oscila desde el siglo
I al VI, un territorio habitado mayoritariamente por población de lengua
latina, en el marco de una civilización romana que siguió la evolución propia
de ese imperio-nación y cultura. Un limes (frontera fortificada), se extendía,
fluctuante según momentos, en la vertiente sur, un paso por delante de las
granjas y huertos, que se consolidaban con complejos sistemas de regadío. El
proceso de la llamada romanización tendría características similares a las que
se dieron en las áreas vecinas, más conocidas en nuestro país, la romana
“Hispania”117. La Tingitana, una de sus divisiones, conformaba los
territorios más al Oeste, abarcando el norte del actual reino de Marruecos y
las plazas de soberanía bajo titularidad del Estado español (Ceuta, Melilla,
los peñones de Vélez de la Gomera y de Alhucemas, las Islas Chafarinas y
algunos otros islotes). La urbanidad de la Tingitana ya era una arcana
realidad y tradición al inicio del Imperio, remontándose al tiempo
fenicio-griego-cartaginés. La población indígena greco-púnica y mauri más
evolucionada asumió la romanidad a todos los niveles (político-administrativo,
institucionales, económicos, sociales, religiosos, artísticos,
urbanístico-arquitectónico) del mismo modo que el resto de territorios
adyacentes: aculturación (fácil por la similitud en casi todos los órdenes),
integración en la administración y el ejército, amén de ciudadanía plena. Se
sumará una emigración itálica y de otras regiones imperiales, muchos
campanienses e hispanos, en una cifra sin duda muy importante. En conjunto
conformarán los “roums” de los cronistas árabes y los “romanos” para sí mismos
y después según los historiadores bizantinos (ellos a su vez también roums) o
de la “esfera bárbara”, visigodos, etc.). Septem-Ceuta, bien precisada y citada
a menudo en las fuentes, se desarrolló como una ciudad media dentro de la muy
“cívica” y próspera provincia de Mauritania Tingitana que, durante la
mayor parte del tiempo, dependería orgánica y Plinio y El Itinerario de Antonio
y la Notitia Dignitatum sirven para reconocer el dibujo geográfico-político de
primera y posterior épocas romanas en esta zona, también en África Romaine,
donde da buena cuenta de los intentos “ideológicos” actuales neo-nacionalistas
o neo-islamistas para ocultar la realidad de un mundo romano en África, tanto
la vertiente clásica politeísta como la fase final, cristiana y bizantina. Los
entonces llamados “mauri” (no integrados) se mantendrán al sur como poblaciones
seminómadas, y las relaciones romano-mauri serán similares a las establecidas
con los germanos y galos no integrados en el limes del Norte) de la
península ibérica; por razones obvias de simplicidad y facilidad de
comunicaciones hacia el centro, en Roma, y también por la existencia de cierta
tradición previa, desde el periodo cartaginés. Así, en el primer tiempo, los
viejos emporios púnicos y griegos crecieron junto a las nuevas
ciudades-colonias costeras (como Rusadir, Igilgili, Saldae, Rusazus, Rusguniae,
Gunugu, Cartennae, Zulilla) o interiores (véase Tubusuctu, Aquae Calidae,
Zucchabar, Babba o Banasa), dependientes en la práctica de la Región Bética. El
área iba a crecer sin cesar, en particular en la época del emperador Claudio I
(fundación de Lixus, Cesarea, Oppidum Novum, Volúbilis, Rusucurru, Tipasa y
Sala, Icosium, Choba, Auzium), al punto que Septimio Severo -los severos,
precisamente fueron originarios de África- debió bajar el limes al suroeste de
Rapidum, entrando la provincia dentro del tamaño común en el conjunto del
Imperio. En el siglo III, el “cinturón defensivo de castella” se instaló al sur
de Sétif. No obstante continuaría con la relación “más en dirección al Norte
que hacia el Oriente”, y no debe sorprender la división establecida por
Diocleciano: la Diócesis Hispaniarum -capital en Emérita (Mérida) o Hispalis,
(Sevilla)- incluía siete provincias: Cartaginense, Gallaecia, Bética,
Lusitania, Insulae Balearum y Mauritania (capitales
respectivas en Cartago, Braga, Córdoba, Braga, Palma y Tánger). Más al Oriente,
la provincia de África alcanza ya en época de Marco Aurelio, una de las plazas
más prominentes en el conjunto del imperio, con Leptis Magna, Cartago y
Hadrumetum entre las urbes más ricas y pobladas. Si uno de los rasgos más
acusados de la romanización es su carácter cívico, África debía ser una de las
provincias del Imperio más romanizadas a juzgar por la extensión de su red
urbana, la Mauritania conoció una urbanización costera importante por obra de
los fenicios que irradiaba hacia el interior tanto desde la costa mediterránea
como la atlántica. Más allá de las Columnae Herculis estuvieron los
oppida de Lissa y Cottae; hoy está Tingi, antigua fundación de Antaeus, llamada
luego Traducta Iulia por el Caesar Claudius cuando la convirtió en colonia; se
halla a 30.000 pasos de Baelo, el oppidum más próximo de la Bética. A 25.000
pasos de Tingi, en la costa oceánica, está la colonia de Augustus Iulia
Constantia Zulil, que fue sustraída a la jurisdicción y atribuida a la Bética.
A 35.000 pasos de ésta se halla Lixus. Convertida en colonia por el Caesar
Claudius y de la cual han dicho los antiguos cosas quizá en extremo fabulosas:
allí se alzó el palacio de Antaeus, tuvo lugar su combate con Hércules y
estuvieron los Horti Hesperidum. Hay también una malva arbórea en Mauretania,
en el oppidum de Lixus, sito sobre un estero, lugar donde antes estuvieron,
según se cuenta, los huertos de las hespérides, a 200 pasos del Oceanus, junto
al templo de Hércules, que dicen es más antiguo que el gaditano. Agrippa [dice
que] Lixus [rio] dista del Fretum Gaditanum 112.000 pasos. Mas allá de esta
montaña [el Ater, la negra] están los desiertos y la célebre Garama, cabeza de
los garamantes. En los dos últimos siglos del Imperio entre las tierras
peninsulares, las islas Baleares y Tingitana fue muy sólida. El “fretum
gaditanum” era un permeable y concurrido puente a rebosar de actividad y libre
transito, un eje de desarrollo como lo era también (y aún hoy así se muestra),
el Bósforo entre Tracia y Anatolia, con dinámicas ciudades a uno
y otro lado. Aceite, grano, oro, marfil, fieras, mármol, telas, esclavos y sal
corrían en una y otra dirección, según circuitos que tenían sus propios puertos
y comerciantes de raigambre; abundaban los collegia naviculorum. La reforma de
Diocleciano fue la plasmación en el orden administrativo de una realidad que
asumieron los restos en arte, religión, economía y sociedad. El cristianismo
constituyó también un nuevo nexo, y no menor, entre África, la Tingitana y
Bética o el resto de la Hispania. De hecho, el origen del
cristianismo peninsular parece estar en la propia África (o será, cuanto menos
algo “mixto”), como atestiguan los restos arqueológicos, la profunda impronta
de San Cipriano de Cartago o los cánones del Concilio de Elvira. Los obispos
tingitanos participarán de costumbre en los concilios peninsulares y las
herejías de origen africano salpicarán casi siempre a sus colegas de los otro
lado del estrecho (véase por ejemplo, la controversia donatista). La invasión
vándala no significó un cambio profundo en la sociedad africana ni tingitana.
Muchos de los elementos del periodo previo se mantuvieron, no obstante, con
graves quebrantos. La más notable de las transformaciones fue la rotura parcial
y/o debilitamiento general del limes con la irrupción, cada vez más al Norte de
las tribus beréberes que con anterioridad nunca se habían instalado de manera
permanente en el territorio tingitano. Aunque a veces se ha señalado “el
abandono de territorios interiores por parte de los romanos” parece más un
fenómeno progresivo que “brusco” 120 Tingi responde, como es bien sabido, a Tánger, Lixus es
la actual Larache, por desgracia las ruinas de la ciudad púnica y después
romana-bizantina esperan una merecida campaña arqueológica que a nadie parece
interesar llevar a efecto. El río Lixus es el Lucus, que desemboca junto a
Larache. Es notorio que las referencias que da Plinio sobre la región van
siempre hacia el Fretum Gaditanum. La familia de los Balbus, originarios de
Gades, serán durante los últimos tiempos de la república y primeros del imperio
figuras locales que alcanzan cargos muy importantes (cónsules) y que dedicarán
esfuerzo a dominar la región de los garamantes y asegurar así la Cirenaica. y los continuos hallazgos arqueológicos
a menudo sorprenden por la prolongación” que demuestran en la existencia roum,
incluso al interior del territorio. Los problemas militares y la inclusión
de la Mauritania Tingitana en la Diocesis Hispaniarum. La Notitia
dignitatum señala las guarniciones y castella, al norte del río Lucus, casi
en paralelo a la costa atlántica, con las siguientes cohortes y localizaciones:
Tamuco, Duga (Cohorte secundae Hispaniorum), Auculus, Castrabariensi,
Pacatiana. Importante precisión: No es difícil observar una tendencia a calcar”
las antiguas divisiones diocesanas o provinciales romanas para los nuevos
reinos bárbaros. En el caso de la Tingitana (y en la Baleárica también)
esta es bien notoria. En determinado momento llegaría a ser objeto de pugna
entre los visigodos (titulares de la Hispania y por ende inclinados a
sentirse “protectores” de la Tingitana) y los vándalos que dueños ahora
del África proconsular pero antes amos de la Bética (Vandalucía),
entienden necesaria la posesión de los puertos tingitanos y las islas Baleares.
Los historiadores, a día de hoy, suponen una “alternancia” en la posesión
efectiva de plazas y regiones (Baleares, virtud al manejo de la flota vándala
pertenecerá a ese reino norteafricano mientras la Tingitana, más menudo
responderá al poder visigodo). Datos importantes: Isidoro de Sevilla nombra a
la Tingitana como la sexta provincia de Hispania. Y no deja de
recordar, con orgullo y justificada por su “hispanidad”, la toma visigoda de
Septem por Sisebuto. La Tingitana, perdida definitivamente por los
visigodos después de la corta y parcial reconquista de Teudis, se consideraba,
en cualquier caso, una provincia de Hispania. La provincia de Bética visigoda
tenía por metropolita al obispo de Hispalis, (Sevilla) y contaba con diez sedes
sufragáneas: Abdera, Asidonia, Astigi, Cordoba, Egabro, Elipla, Iliberri,
Italica, Malaga, Tucci y TINGI, (Tánger). Los bizantinos supusieron una
reconquista que la población romana del África y de la Tingitana acogería
con alivio intentó en el siglo V restablecer la comunidad mediterránea . Parece
ser que la mayor parte de los habitantes seguían considerándose miembros de una
“nación romana” y habitando una región del Imperio. Los visigodos se cuidarían
durante mucho tiempo de mantener dicha ficción. La llegada de los bizantinos
(romanos significa una amenaza tremenda, Leovigildo se hace llamar Flavio y los
“intelectuales” del reino aluden a un nuevo patriotismo: el hispano en aras a
pretéritos antecedentes más o menos amañados con San Isidoro, San Fulgencio y
San Leandro-) . Los bizantinos heredaron el grave problema de los beréberes,
que empujaban con mayor énfasis hacia el Norte y llegarían a ocupar áreas cada
vez más próximas a los grandes centros urbanos y ejes económico-agrícolas. Gran
parte del esfuerzo militar neo-romano se encaminó, pues, a evitar ésta invasión
desde el sur. La recuperación de Septem-Ceuta (año 533) y el resto de la Tingitana
se hizo a la par que las islas Baleares y, al sentir de la mayoría de los
especialistas, apuntaba claramente al siguiente paso de reconquistar Hispania,
partes de la cual se venían a considerar. En ésta tesitura se entienden los
importantes combates que tienen lugar en torno a Ceuta, entre ellos la
celebrada incursión de Teudis. La administración bizantina asumió en su
ordenación del territorio la arcana unidad Tingitana-peninsular. Se delimitaron
en ese sentido dos provincias: África, con capital en Cartago y que
incluía la vieja Proconsular, la Byzacena y Tripolitania,
y Spania, que engloba los territorios que consiguieron dominar en el sur
peninsular (la franja desde Valencia al moderno Algarbe), la Tingitana y
las islas Baleares. El territorio bizantino de Spania fue considerado
como la verdadera “Hispania romana”, por ende el obispo de Cartagena, principal
ciudad bajo control del emperador de Constantinopla, rivalizaría con el de
Toledo por la primacía (En el Concilio de Tarragona del 510 el obispo Héctor
firmó como Episcopus Carthaginensis Metropolitanus. En el III de Toledo, el
obispo de Cartagena no asistió -pertenecía a la Spania bizantina- y el obispo
Eufemio de Toledo aprovechó para titularse Metropolita de la provincia de
Carpetania, nombre antiguo exhumado para desbancar y a la par incluir las
tierras cartaginesas). El sur de la vieja Tingitana no fue posible
mantener el limes y en el siglo VI vemos un caudillo Masuna, rey de mauri y
romanos, gobernando el territorio de la llanura entre Tafna y Chélif. No
obstante toda la franja norte continuó habitada en su mayor parte por rumi y
bajo control bizantino (salvo el Atlas). El frates Gaditanum siguió
funcionando en los siglos bizantino-visigodos. Se mantuvieron los negociatores
transmarini y desde el reino visigodo pasaron a Tingitana y Cartago,
oro, cereales, aceite y miel, que llegarían en algunos casos hasta
Constantinopla. Desde territorio bizantino, seda, púrpura, joyas, incienso y
papiro, productos más costosos, como corresponde a una gran potencia frente a
un estado menor. En nuestra opinión Justiniano ya tenía in mente intentar
ocupar Hispania, de ahí que ordenara tomar posesión de Septem, lugar
privilegiado para obtener información sobre ella y cabeza de puente ideal desde
donde iniciar la conquista. Importante puntualización sobre Septem-Ceuta y
la labor de Justiniano: Justiniano puso especial énfasis en la consolidación de
Septem-Bizancio como ciudad (Oppidum), romana y cristiana. Sorprende el hecho
de que se cite específicamente en una de sus Novellas y que Procopio hiciera
referencia en su libro de las Guerras y también el De Aedificis. El emperador
ordenó construir una gran fortaleza, base militar y una basílica notable en la
que se albergó una “agia”, imagen de la Virgen, la llamada Nuestra Señora de
África (la misma que en el sentir del pueblo ceutí se venera aún en la iglesia
que le ha sucedido). En una vertiente de los Pilares de Heracles, a la
derecha del estrecho, existía en tiempos una fortaleza sobre la costa llamada
Septum, la cual fue edificada por los romanos en los primeros tiempos, pero
siendo dañada por los vándalos permanecía postrada desde hacía algún tiempo.
Nuestro emperador Justiniano la fortificó por medio de un muro y la puso en
seguridad por medio de una guarnición. Pronto consagró a la Madre de Dios una
muy notable iglesia, dedicando a ella el umbral de entrada al Imperio, y
convirtiendo ésta fortaleza en inexpugnable para todas las razas del género
humano. En vísperas de la conquista árabe de la Tingitana, los
bizantino-romanos se refugiaron en torno a Septem-Ceuta, que por ese entonces
conformaba un exarcado semi-independiente, de difícil sostenimiento entre los
barbari visigodos al norte y los barbari sarracenos al sur-este, aunque dotándose
de un poderoso exercitus septensianus, del que un tal Simplicius era Tribuno en
la década de los ochenta del siglo VI. En principio los rumi se aliaron con el
poder visigodo, también cristiano al fin y al cabo, declarándose,
probablemente, vasallos del rey Witiza (así podría entenderse que Ibn Adhari y
otros cronistas musulmanes señalaran a Ceuta como una dependencia del rey
visigodo. Y no sería tampoco extraño entender una ayuda de Iulian, junto a los
árabes, para restaurar a los witizanos y luchar contra el nuevo rey godo
Rodrigo). Una segunda etapa, habitual en el primer periodo de conquista árabe
(véase el archifamoso caso del conde Teodomiro) sería declararse tributario o
súbdito nominal del poder califal. De una u otra manera se explica bien la
colaboración de las naves ceutíes en la tarea de transportar las tropas
musulmanas al otro lado del estrecho. Datos importantes: Limitándonos al
entorno de Ceuta y Tánger, sabemos que en pleno siglo VII ciudades como Melilla
(Rusadir) y Lixus mantenían una población íntegramente rumi (roums) y cristiana
-El obispo de Lixus se cita expresamente-. JORGE DE CHIPRE señala a Septem en
su crónica como la capital de la Tingitana. Obras bizantinas tardías (primeros
años del VII) amén de muchas construcciones del siglo V y VI se han encontrado
en ciudades tales como Agadir, Volúbilis y, desde luego, en Tánger (Tingi).
Sobre las causas de la relativamente fácil y rápida conquista del resto de
Hispania (al conquistar la Tingitana los musulmanes ya podían sentirse
dueños de una parte de Hispania, según la tradición expuesta) no entraremos.
Pero nos aventuramos a señalar, de nuevo, la a menudo soslayada teoría de una
falta de integración germano-romana, amén de divisiones internas godas.
Asturias resistirá porque los nobles godos consiguen la alianza de la población
astur. Los mozárabes de baja extracción serán rumi, es decir romanos en el
sentir de los musulmanes durante bastante tiempo después de la conquista (la
gens gótica formará parte de la propaganda imperial del reino Astur). En
realidad los ejércitos musulmanes encontraron en este país una situación
agitada que debe relacionarse con una crisis profunda del orden sociopolítico
de tradición romana que existía tanto en el África bizantina como en la mayor
parte de España. Las luchas entre visigodos y bizantinos hasta principios del
siglo VII pudieron contribuir a esta decadencia (Cartagena fue destruida por
los soberanos de Toledo).
ANEXO IV: Oración del general Juan Troglita en vísperas de la batalla de
Hadrumetum
Los romanos se lamentarían de la destrucción de África a
manos de los moros en aquel siglo VI. Tanta tribulación y pesar quedaron
reflejados en forma harto hermosa en poesías y crónicas. Remito las que creo
son unas sentidas y preciosas palabras, en la pluma de Coripo, por la pérdida
de vidas y riquezas, en un mundo (la latinidad africana) que desaparecía en la
marea “mora” y que poco tiempo después terminaría barrida por la irremediable
ola árabe procedente de Oriente. El escenario es la batalla en los alrededores
de Hadrumetum, cuando el tribuno Juan acude para expulsar a los moros que
acaban de saquear la ciudad y su comarca. Uno de los supervivientes, Liberato,
durante la noche narra el horror de los días anteriores y los soldados
romano-bizantinos que le escuchan “manchan sus mejillas, palidecen, enrojecen y
no ocultan la rabia en sus rostros. Ya ansían que surja el día vacilante y el
lento amanecer, quejándose ante la larga noche” tras la cual vendría la
esperada batalla para liberar y vengar a la agonizante vieja urbe.
(Preparativos para el combate y plegaria de Juan). Nacía el día gratísimo a
los infelices africanos. Y ya los jefes animando al escuadrón con diversas
palabras apremiaban a los valerosos soldados y a los ilustres tribunos,
exhortando y dirigiendo cada uno a los suyos: les ordenan levantar el
campamento y preparar las armas o esperar las órdenes de sus superiores. Los
soldados cogen los estandartes, se preparan y se alegran al ver la brisa
favorable que juguetea golpeando las banderas. Mas el noble Juan entristecido,
levantándose se arrodilla con piadoso corazón y elevando sus manos y sus ojos,
suplicante, pronuncia estas palabras, haciendo resonar su voz: “A ti, Cristo,
padre poderoso, con razón te glorifican las lenguas de los hombres y mi corazón
sin mancha; con gusto te alabo y doy gracias. No pretendo ensalzar a nadie más.
Tú creador del universo, Tú vences pueblos y batallas, Tú aplastas las armas
impías. Tú acostumbras acudir en nuestra ayuda. Mira las ciudades incendiadas
por los pueblos salvajes, Todopoderoso, mira los campos. Ya ningún labrador
cultiva sus tierras, ya ningún sacerdote es capaz de llorar en el templo por su
pueblo; pues en las montañas todos, con las manos atadas a la espalda, soportan
pesadas cadenas. Míranos, Padre santo, y que no cesen tus rayos. Esparce las
bandas de moros bajo nuestros pies; libera a los cautivos africanos de los
pueblos despiadados y compadeciéndote, según tu costumbre, contempla, benévolo,
a tus hijos romanos y convierte, propicio, nuestro llanto en alegría” Coripo,
Juanide, IV, 260-285.