dimarts, 26 d’octubre del 2010

La villa esclavista: la vertiente mercantil de la producción agrícola

El sistema comercial romano dependió siempre de la estruc­tura productiva, que en la Antigüedad se basó, de forma pre­dominante, en la agricultura. Por tanto, para comprender los cambios que va a experimentar el sector comercial romano en el siglo II a.C. habremos de caracterizar la formación de la villa esclavista (nota 1), estructura que marcará el sentido de la economía romana, bien como un “sistema agrario-mercantile a base espansionistica e schiavistica, senza autori-produzione” (SCHIAVONE, 1992, 20), bien como un “modo de producción esclavista” (nota 2).
En el siglo IV a.C. el acuerdo entre patricios y plebeyos (le­yes Licinio-Sextias del 367 a.C.) relajó las tensiones políticas que caracterizan los inicios de la República, y se acaba con el monopolio patricio del ager publicus. Aunque al mismo tiempo se permite la creación y progresiva afirmación de un nuevo grupo social patricio-plebeyo, que a partir del 290 a.C. comenzará a manifestarse en las contradicciones que operan en el sistema político (CLEMENTE, 1990a, 40-41), polariza­das, ya en tiempos de la censura de Appio Claudio, en el 312 a.C., en torno a la defensa de la estructura sociopolítica tradicional y la orientación expansionista de las actividades estatales.
Con el predominio político y económico de los sectores tra­dicionalistas, se consolida un sistema productivo, que tendrá vigencia hasta finales del siglo III a.C., caracterizado por el dominio de pequeñas haciendas que permite subsistir a grandes masas de pequeños campesinos libres (propieta­rios-productores-consumidores). Este sistema agrícola se orientó hacia la autosuficiencia y daba forma a la estructura, no sólo de la sociedad, sino también del ejército, ya que el campesino es el soldado. Responde a un organización primi­tiva de la economía, en la línea de las formas de producción características del mundo mediterráneo hasta el último tercio del primer milenio a.C. y asimilable a lo que M.I.Finley (1973) denomina “economía antigua”, con la intención de englobar a toda la Antigüedad. Según K.Polanyi (1957) esta economía gira en torno al oikos, como unidad básica de subsistencia del núcleo familiar, y se manifiesta bajo formas de producción de tipo doméstico, en las que los esclavos desarrollan labo­res subsidiarias. Como hemos visto en el capítulo anterior, la producción comercial se circunscribe a limitados circuitos de intercambio en los que el uso de la moneda no es generalizado.
No obstante, desde finales del siglo IV a.C. (nota 3) la socie­dad romana comienza un proceso de expansión, predominan­temente agrícola, a través de las fundaciones coloniales en regiones itálicas anexionadas. De esta forma se aseguraba el control de un nuevo territorio y se daba salida a excedentes poblacionales, permitiendo a la agricultura itálica traspasar los estrictos niveles de la autosuficiencia que le permitirán soportar los esfuerzos militares de la Primera Guerra Púnica (CLEMENTE, 1990, 46). Estos cambios permiten el surgi­miento de nuevos grupos sociales, aún pequeños, vinculados a las incipientes actividades comerciales y artesanas. En la Jaime Molina Vidal La dinámica comercial romana entre Italia e Hispania Citerior 12 ÍNDICE
que llegan al consulado o la censura entre la mitad del IV y la del III a.C. (CASSOLA, segunda mitad del siglo IV a.C. este hecho lo vemos refleja­do en la importancia creciente que adquieren los collegia de artesanos, como embrión de la plebe urbana que aglutinará a los libertos y sus descendientes (GABBA, 1990, 17), o la aparición de producciones propias altamente estandariza­das, como observamos a finales del siglo en el “taller de las pequeñas estampillas” (MOREL, 1990a, 153-154). El resque­brajamiento, siquiera leve, del cuerpo aristocrático tradicional ante el surgimiento de homines novi, 1968, 89), será el germen de las transformaciones socioeco­nómicas que observaremos en el siglo III a.C.
El progresivo alargamiento de los límites territoriales del estado romano provoca un crecimiento generalizado de la economía que se plasmará a lo largo del siglo III a.C. en la extensión de la economía monetaria, el aumento de la producción agrícola y el crecimiento, aún tímido, de las produccio­nes artesanales. Después de la Primera Guerra Púnica, con el surgimiento de nuevas fuentes de riqueza, aparecen las primeras contradicciones entre la clase aristocrática, que se plasmarán en la potenciación de políticas tradicionalistas (nota 4) tendentes a controlar el ascenso político de los gru­pos protagonistas de las nuevas formas de enriquecimiento expansionista. La continuación de una política de conquista provocará la dependencia estatal de elementos de financia­ción y distribución paralelos (GABBA, 1988, 28), entidades de crédito privado, para construir la flota o abastecer a las legiones, por ejemplo, creando nuevos sectores sociales in­fluyentes en el seno de la nobilitas que presionarán para que continúe el proceso de expansión.
La ruptura con la tradición que se ha producido en la segunda mitad del siglo III a.C. se va a plasmar en el conocido plebis­cito Claudio del 218 a.C. (LIVIO, XXI, 63) que limitaba las po­sibilidades de los senadores y sus familiares de poseer naves comerciales con una capacidad superior a las 300 ánforas. Esta ley, cuya finalidad es difícil de determinar (nota 5), nos obliga a pensar, como mínimo, en una considerable partici­pación de la clase dirigente en las actividades comerciales, antes de la Segunda Guerra Púnica.
Con el desarrollo de la política expansionista del estado roma­no las bases de este sistema económico tradicional se fueron deteriorando, dando lugar a la aparición de las primeras vi­llas esclavistas, una nueva forma de explotación agraria que empieza a documentarse a partir del último tercio del siglo III a.C. La formación de este sistema de explotación ha sido interpretada por M. Torelli (1990, 128-129) como la evolución natural del modelo de hacienda itálica del siglo IV a.C., tal y como afirmaba Varrón (De re rustica I, 13, 6). No obstante, otros autores como A. Carandini (1989a, 509; 1990, 112-113) hacen mayor hincapié en el papel que jugó el descubrimiento por parte de los romanos del sistema de plantación helenís­tico, a partir de sus primeros contactos con el mundo púnico-siciliota, en el marco de la Primera Guerra Púnica. El año 262 a.C. contempla la llegada de los romanos a Agrigento, donde existía un sistema agrario basado en la arboricultura y culti­vada por esclavos. Poco después, en el 256 a.C., se produce la primera penetración en territorio cartaginés, región que estaba jalonada por lujosas mansiones rodeadas de viñedos y olivos (CARANDINI, 1989a, 509), reflejo de la riqueza que proporcionaba este sistema de plantación.
Asimismo, la orientación arbustiva e intensiva que toma la agricultura itálica en la segunda mitad del siglo III a.C. hay que vincularla a la conquista de Sicilia, importante reserva de grano, que en la península permite sustituir el monocultivo de cereales por sistemas mixtos que incluían el viñedo y el olivo. Es más, a partir del 210 a.C., año en el que M. Valerio Levino concluye la reconquista de Sicilia con la toma de Agrigento, el estado romano, con una clara orientación dirigiste (MAZZA, 1981, 21), hará especial hincapié en la dedicación preferente de las explotaciones a la producción exclusiva de cereal (nota 6), eliminando otros cultivos como el olivo o la vid (TOYNBEE, 1983b, 247).
Según J. Carcopino (1905) y T. Frank (1935), en Sicilia los sistema de explotación y propiedad tradicionales, vinculados a las haciendas de pequeñas y medianas dimensiones en manos de los propios siciliotas, se mantuvieron después de la intervención romana. En contra de estas tesis F. Coarelli (1981) ha demostrado que a partir de principios del siglo III a.C. se inicia un proceso de concentración de la propiedad de la tierra en Sicilia y una creciente utilización de mano de obra esclava, como se plasma en las guerras serviles del siglo II a.C. Este proceso de concentración no se detendrá durante toda la ocupación romana y alcanzará su punto culminante en la época tardía.
Las grandes propiedades sicilianas no sólo no desapare­cerían después de la guerra servil (CARCOPINO, 1905), sino que se multiplicarían, sin que la pervivencia residual de unidades fundiarias pequeñas pueda poner en cuestión el predominio de los latifundios (COARELLI, 1981, 17). En la misma línea, M. Mazza (1981) y A. Fraschetti (1981) han destacado el importante papel que desempeñaron las pobla­ciones romanas, junto a las siciliotas, en la agricultura de la isla, como lo demuestra la importante presencia de equites en Sicilia, prueba de los importantes intereses romanos que operaron en la isla.
Volviendo al panorama productivo general del mundo itáli­co hemos de destacar que los cambios que mencionan las fuentes y se observan en el territorio, con la aparición de es­tructuras arquitectónicas de mayores dimensiones, las villas rústicas, también van a verse reflejadas en los contenedores utilizados para comercializar el vino. Como consecuencia de los cambios que operan en las explotaciones agrícolas, en el último tercio del siglo III a.C. las ánforas grecoitálicas antiguas comienzan a transformarse, aumentan ligeramente su capacidad, y empieza a adquirir las características de las denominadas “ánforas grecoitálicas clásicas (Will 1d). Estos contenedores constituirán la base de la distribución de vino itálico a lo largo de los dos primeros tercios del siglo II a.C. Precisamente en esa época, a partir del 225 a.C. y hasta el 175 a.C., se sitúa la formación del primer modelo de villa es­clavista (CARANDINI, 1989a, 510), que encontramos perfectamente descrita en la obra De agri cultura de Catón, unidad de producción que caracterizará los dos primeros tercios del siglo II a.C.
La aparición de ánforas grecoitálicas antiguas en Carthago Nova y La Alcudia (Elche) prueban que la capacidad ex­portadora de las villas del último tercio del siglo III a.C. no se limitaba a su entorno regional. En los yacimientos de El Molinete (Cartagena) y La Alcudia (Elche) hemos encontrado un reducido pero significativo conjunto de ánforas grecoitáli­cas antiguas, que dan prueba de los contactos comerciales, directos o indirectos, con el mundo productivo itálico, en fe­chas anteriores a la Segunda Guerra Púnica.
En otro orden de cosas, los cambios económicos que operan en la agricultura a partir de la segunda mitad del siglo IV a.C. también vamos a percibirlos en la artesanía, dominada por las producciones escasas, no estandarizadas, con talleres pequeños y en las que predomina una relación directa entre el artesano y el cliente. Dentro de este panorama artesanal comienzan a observarse tímidas transformaciones como la que se detecta entre el 305 y el 265 a.C. momento de apo­geo de una nueva producción de cerámica de barniz, la del “taller de las pequeñas estampillas”. Este centro localizado en el bajo Tíber (Roma, Caere), se caracteriza por conjugar una alta calidad con la estandarización de sus producciones, que disfrutarán de una extensísima difusión (MOREL, 1990a, 152-153).
No obstante, los modos de producción artesanales no cambiarán hasta después de la Segunda Guerra Púnica, momento en el que asistimos a una grandísima expansión de la producción y comercialización de las cerámicas tipo Campaniense A. El volumen de fabricación alcanza altas cotas de estandarización adaptándose a una demanda que consumió centenares de millones de vasos (MOREL, 1990b, 400). A partir de mediados del siglo II a.C., con la aparición de la cerámica Campaniense B, más innovadora, la tendencia se agudiza, consolidando definitivamente un importante cam­bio en los modos de producción artesanales. Durante todo este período la producción se realizará en grandes talleres, en los que grandes masas de esclavos fabricarán en serie, con el fin de colocar sus cerámicas en mercados exteriores (MOREL, 1990b, 402-407).
Como hemos visto, el desarrollo de las estructuras pro­ductivas itálicas va a potenciarse como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica. Con el triunfo definitivo sobre los ejércitos de Aníbal, Roma se lanzará a una expansión permanente de su territorio que le servirá para mantener un crecimiento constante de los ingresos estatales (botines de guerra, impuestos apagados por los pueblos sometidos, explotación de los recursos naturales, expansión de los mercados, etc.). El desarrollo de las fuentes de ingresos y de las áreas de consumo favorecerá la expansión de las explotacio­nes esclavistas.
Asimismo, después de la Segunda Guerra Púnica los cam­pos quedaron destruidos y los campesinos que no cayeron en el campo de batalla (nota 7) no tenían recursos para volver a poner en cultivo sus explotaciones. Ante esta si­tuación los pequeños campesinos libres optaron por vender sus propiedades y emigrar a los centros urbanos o buscar fortuna ofreciendo sus servicios en el ejércitos (nota 8). Las necesidades de individuos libres para ser enrolados como milicias, influyeron en el sistema de explotación cam­pesina y, sobre todo, motivan el surgimiento de programas de reformas económicas y sociales como las de los Gracos (GABBA, 1991c, 691). Por una parte, observamos una con­tinua tendencia política por mantener grupos de pequeños campesinos, que constituirían la base del ejército romano, como continuación de la tradición. Pero al mismo tiempo, el crecimiento de las grandes propiedades y el éxodo rural que se produce después de las Guerras Anibálicas se reflejan en las dificultades que el ejército encuentra para abastecerse de soldados. Este progresivo deterioro de las fuentes de abas­tecimiento militar motivó que a finales del siglo II a.C., en el 107 a.C., Mario alistara a sectores proletarios que no tenían propiedad alguna, abriendo la puerta a la profesionalización deI ejército (GABBA, 1991, 695).
La nobilitas patricio-plebeya, dividida por las presiones de un sector que desde su seno reclamaba una orientación claramente expansionista de la política romana (CASSOLA, 1968), aprovechó la situación posterior a la Segunda Guerra Púnica para aumentar sus haciendas. El bajo precio de la tierra destruida coincidió con la disponibilidad de importantes cantidades de capital líquido, fruto de la acumulación realiza­da después de décadas de prosperidad agrícola (TORELLI, 1990, 129-131), los suculentos repartos de botines de guerra (PUCCI, 1985, 15) y los ingresos procedentes de las provin­cias y la continua expansión (FREDERIKSEN, 1981, 269).
Una importante parte de los ingresos adicionales que proce­den del exterior fue invertida en la compra de tierras, creán­dose grandes haciendas (CORBIER, 1981, 428), aunque, en la época republicana, no se llegaron a generalizar los latifundios en el sentido moderno de la palabra, cosa que sólo se producirá en el primer siglo de la Era (FORABOSCHI, 1990, 823) tal y como destaca Plinio (H.N, 18, 35). El propio Catón, aunque no tengamos que entenderlo al pie de la letra, recomienda que las dimensiones de las villas no excedan extensiones de tierra, pero organizadas como haciendas de iugera) y mente discontinuas (SHATZMAN, 1975; FREDERIKSEN, 1981, 269; PUCCI, 1985, 16; ROLDÁN, 1987, 359). Este modelo, además, impedía la acumulación en una sola mano de grandes propiedades de una misma región, provocando una peligrosa concentración de poder económico y político (HOPKINS, 1978, 49).de 100 iugera para el cultivo de viñedos o 200 para olivos. Internamente, en época republicana, las tierras se dividirían, primeramente entre las que se dedican al autoconsumo, con el fin de evitar las compras y el aumento de gastos (CATÓN, De agri cultura, 2, 7), y las dedicadas a cultivos exportables a los mercados mediterráneos (CARANDINI, 1980a, 2), que a su vez, se dividirían en distintas producciones (vinos, sobre todo, olivos, hortalizas, etc.). Los límites de las dimensiones de las propiedades estarán en función de la capacidad de control de la producción que tenía el vilicus. Una propiedad excesivamente grande sería imposible de dirigir por una sola persona, al tiempo que reunía un volumen demasiado grande y peligroso de esclavos. Un propietario podría tener grandes medianas dimensiones (de 80 a 500 geográfica-.
En este sentido, se han destacado (FREDERIKSEN, 1981; CARANDINI, 1981a) las diferencias existentes entre las villas esclavistas y los latifundios de grano, propios de Sicilia (COARELLI, 1981), o silvo-pastoriles (GIARDINA, 1981). Contrariamente a lo que ocurre con los grandes latifundios, en las villas esclavistas detectamos un modelo de explotación intensivo, una especie de manufactura rural, en la que los tra­bajadores, esclavos, cooperan forzosamente en un proceso productivo, ajenos a los medios de producción y a los pro­ductos que se dirigen hacia el gran mercado (CARANDINI, 1981a; CORBIER, 1981; CAPOGROSI COLOGNESI, 1981).
Por otra parte, el éxodo de población agraria hacia los nú­cleos urbanos, suponía el crecimiento de las ciudades, como concentraciones de consumidores de productos agrícolas y a la vez productores de otros tipos de bienes (manufacturados o servicios) (CARANDINI, 1981, 260). El lugar que dejan vacío los campesinos libres vino a ser cubierto por grandes cantidades de mano de obra esclava (HOPKINS, 1978; CARANDINI 1981, 250) (nota 9), que llegarán a alcanzar un volumen superior a los 2/3 millones de individuos a finales del siglo I a.C. La favorable situación de los mercados de mano de obra esclava en esta época, que ofrecen grandes canti­dades y a bajo precio, sobre todo en los mercados orientales (nota 10), así como la propia transformación de poblaciones conquistadas en mano de obra servil, favorecerá la adquisi­ción y empleo de este tipo de fuerza productiva.
La utilización de mano de obra esclava aportaba importantes beneficios ya que era barata, costaba menos mantenerla que a una familia de campesinos, y era estable, pues no iban a la guerra. Por otra parte, ante la despoblación de los campos no existía otra alternativa, ya que el mercado de mano de obra asalariada era reducido y comparativamente caro (PUCCI, 1984, 16).
La apertura de importantes mercados, de la mano de las con­tinuas conquistas, será el requisito que faltaba para el desa­rrollo de las explotaciones esclavistas. El crecimiento de las ciudades, que ya habría justificado el surgimiento de explotaciones orientadas a la producción de excedentes en el siglo III a.C. (nota 11), se comportó como uno de los principales centros de demanda de vinos itálicos. Pero las necesidades de abastecimiento de la población itálica que debía conso­lidar el sistema de explotación provincial (contingentes po­líticos y militares), fue el principal foco de demanda. Con el surgimiento y crecimiento de los mercados, las explotaciones se multiplicarán, iniciando un círculo de crecimiento que se apoya en la continua expansión territorial.
En conclusión, el panorama productivo itálico estuvo domina­do durante toda la República tardía por explotaciones escla­vista de medianas dimensiones (300-350 iugera). Partiendo de una mínima producción para el autoconsumo, la mayoría de las tierras se dedican a cultivos exportables (nota 12) que combinarían los viñedos, de forma preferente, con los cereales y el olivo (los cereales predominarían en áreas tradi­cionalmente frumentarias como Sicilia y en áreas del interior, mientras que en las regiones abiertas al mar la hegemonía del viñedo fue clara). Estas explotaciones cultivadas de for­ma permanente por esclavos y dirigidos por un vilicus, conta­rían con el apoyo temporero de jornaleros, que en reducidas cantidades se mantuvieron en sus tierras, completando sus ingresos con estos servicios. La vocación mercantil de estas unidades de producción se plasma no sólo en su ubicación, cerca de importantes nudos de comunicación (ríos, vías, mar) (nota 13), sino también en los establecimientos indus­triales dependientes de las villas (prensas para vino o aceite, grandes almacenes, talleres externos pero vinculados para la producción de ánforas, o tejas, etc.).

Notas
1. A.Carandini (1980a, 1) destaca que “non è possibile stabilire i caratteri di un commercio senza indagare quelli della produzione ch’esso presupone”. De esta formas resalta la vinculación existente entre los cambios que operan en el ámbito de la producción y de su distribución.
2. Esta es la expresión, proveniente de la tradición marxista, que más utilizan los distintos autores que se relacionan de una u otra manera con lo que hemos denominado Escuela Gramsciana. Entre los autores que utilizan esta terminología marxista para caracterizar la economía romana cabría destacar las obras de M. Frederiksen (1981), A. Carandini (1981a), E. Coarelli (1991) o J. P. Morel (1991).
3. Durante buena parte de este siglo, sobre todo su segunda mitad, se van produciendo cambios socio-políticos que alteran las normas de funcionamiento de la sociedad romana, como las leyes Licicio-Sextias del 367 a.C., y la abolición del nexum por la Ley Paetelia Papiria en el 326 a.C. (GABBA, 1990, 7-9). Estos cambios se vincularán al progresivo proceso expansionista que culmina en la Primera Guerra Púnica.
4. J. M. Roldán (1987, 212-216) ha destacado las tendencias tradi­cionalistas de la política romana en el periodo de entreguerras tenden­te a repartir tierras entre todos los sectores sociales para consolidar el poder fundiario de la nobleza romana y asegurar la estabilización de la plebe agraria, en contra de los sectores mobiliarios relacionados con las actividades comerciales y ciudadanas y su vinculación con grupos de libertos, que conformarían su base clientelar. Tanto G. Clemente (1990, 53-54) como J. M. Roldán (1987, 212-216) han subrayado el papel de C. Flaminio como protector del antiguo orden, que se ma­nifiesta en los repartos viritanos del ager gallicus, la reforma de los comicios centuriados o el apoyo de la lex Claudia.
5. Entre las razones aducidas para promulgación de esta ley desta­can las ofrecidas por E. Gabba (1988, 34) quien destaca su carácter conservador, con el fin de evitar la inestabilidad de las fortunas se­natoriales que, como siempre había ocurrido, debía fundamentarse en la posesión y explotación de la tierra. En sentido parecido cabría interpretar la propia mención de Livio a la dignidad de los senadores y las actividades especulativas, como una forma de preservar el mos maiorum. J. M. Roldán (1987, 216-217) ha recogido las distintas hipó­tesis, inclinándose finalmente por interpretarlas como un síntoma de las tensiones sociopolíticos que se produjeron en el seno de la clase dirigente, señalando por otra parte la escasa trascendencia que ten­dría en un futuro, ante la posibilidad de interponer a terceros en tales actividades.
6. Son muchas las referencias literarias de esta época que mencio­nan las importantes cantidades de grano que se extrajeron de Sicila para abastecer al pueblo romano o su ejército (LIVIO XXX, 38, 35; XXXIII, 42, 8; XXXVI, 2, 12; XXXVII, 2, 12; L, 9) (POLIBIO, 38, 2), entre otros.
7. Según estimaciones prudentes, en la Segunda Guerra Púnica mu­rieron entre 70.000 y 90.000 romanos (FREDERIKSEN, 1981, 266).
8. E. Gabba (1990c, 691) ha destacado las contradicciones que apa­recen después de las Guerras Anibálicas entre las nuevas exigencias militares de la política imperial y el descenso de la pequeña propiedad campesina, base tradicional del sistema social y militar romano. En este contexto se empieza a apreciar una afluencia voluntaria y masiva de hombres hacia el ejército estimulados por la posibilidades de enri­quecimiento que ofrecía.
9. Algunas estimaciones (HOPKINS, 1978, 102; VOLKMANN, 1961, 115; MAZZA, 1981, 23; PUCCI, 1985, 16) establecen un volumen aproximado de 250.000 esclavos entre el 200 y el 150 a.C, un millón a mediados del I a.C y dos o tres millones a finales del I a.C.
10. Cabe destacar el mercado de Delos (FREDERIKSEN, 1981, 271) y, sobre todo, la oferta de mano de obra esclava del oriente helenístico (MUSTI, 1981)
11. La población de Roma, según los censos, pasaría de unos 166.00 habitantes en el 340-339 a.C., a unos 300.000 en el 252-251 a.C., co­incidiendo con los progresos edilicios que permitieron la construcción de los dos primeros acueductos, Aqua Apia y Anio Vetus (BRUNT, 1971, 54; SCHIAVONE, 1990, 25).
12. Llama la atención el carácter que el propio Catón (De Agri Cultura, 3, 1-2) otorga a estas explotaciones y sus propietarios: “patrem fami­lias uendacem, non emecem esse oportet”
13. Catón (De Agri Cultura, 1, 9-12) cuando se refiere a las condi­ciones que deben tener los terrenos para establecer una villa rústica señala que “si poteris, sub radice montis siet, in meridiem spectec, loco salubri; operarioum copia siet, bonumque aquarium, oppidum ualidum prope siet aut mare aut amnis, qua naues ambulant, aut uia bona celebrisque”.

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